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La estrategia cultural de Trujillo propició en el decenio de los cuarenta la creación de la Dirección Nacional de Bellas Artes, la Escuela Nacional de Bellas Artes, la Orquesta Sinfónica Nacional, el Teatro Escuela de Arte Nacional y la mayoría de las ramificaciones burocráticas insertadas en la producción cultural.
En esa estrategia de la dictadura, José Vela Zanetti (1913-1999), quien llegó exiliado desde España en 1939, realizó decenas de murales en oficinas públicas, iglesias, hoteles, escuelas y palacios gubernamentales por más de una década. En 1953, como un obsequio de nuestro país a la ONU, Vela Zanetti realizó el mural «Mankind’s Struggle for Lasting Peace» (La lucha de la humanidad por una paz duradera), de 20 x 3.5 metros, que lo consagró definitivamente a nivel mundial.
Los maravillosos frescos que Vela Zanetti produjo en el país (más de cien) han sido destruidos en una tercera parte, debido a que ningún gobierno posterior a Trujillo ha implementado una rigurosa y certera política de preservación cultural. Balaguer, en sus doce años (1966-1978), promovió una estrategia estética que no logró sistematizarse porque ni se efectuaron las investigaciones de rigor, ni se contó con la participación abierta e inclusiva de nuestros más talentosos pintores, descansando las especificaciones de la práctica en jóvenes artistas recién egresados de la escuela de Jaime Colson, que si bien constituyó una loable iniciativa en un campo relativamente nuevo como la muralística, no contó -mientras se impartieron las enseñanzas- con suficiente apoyo gubernamental para consolidar y sistematizar esa técnica pictórica.
A través de José Ramírez (Condecito), fui testigo de múltiples encuentros en los que Jaime Colson nos hablaba sobre los nuevos soportes que el muralismo mexicano empleaba en sus producciones, tales como cemento, hormigón y materiales sintéticos para la preparación de la base o revoco, pintura acrílica, vinílica, silicato, emulsión y otros pigmentos, algo que él conoció muy cercanamente por haber vivido en México, donde estudió las técnicas introducidas por Siqueiros, que empleó como pigmento pintura de automóviles (piroxilina) y cemento coloreado con pistola de aire; como también de Diego Rivera, José Clemente Orozco y Juan O’Gorman, quienes emplearon mosaicos en losas precoladas; así como de Pablo O’Higgins, que utilizó losetas quemadas a temperaturas muy altas. Colson nos relató las extraordinarias investigaciones y métodos que llevaron a esos gigantes mexicanos del muralismo al empleo de bastidores de acero revestidos de alambre y metal desplegado, capaces de sostener varias capas de cemento, cal, arena y polvo de mármol, de hasta tres centímetros de espesor.
Sin embargo, todo aquello que Colson explicó a sus alumnos sólo tuvo el eco de muy pocos murales realizados, debido a la tímida política cultural llevada a cabo en la última administración balaguerista (1986-1998), que prefirió utilizar el hormigón en otro tipo de obra y olvidó que no hubiese egiptología sin la Piedra de Rosetta (197 a. C.), a través de la cual se descifraron los misterios de una civilización apoyada en el culto a la muerte y la resurrección.